Testimonios Selectos Tomo 3

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Capítulo 54—Carácter sagrado de los votos.

La breve pero terrible historia de Ananías y Safira ha sido registrada por la pluma inspirada para beneficio de todos los que profesan seguir a Cristo. Esta lección importante no ha pesado lo suficiente en la mente de nuestro pueblo. Será provechoso para todos considerar reflexivamente la naturaleza de la grave ofensa de la cual fueron hechos un ejemplo aquellos culpables. Esta señalada evidencia de la justicia retributiva de Dios es terrible, y debe inducir a todos a temer repetir el pecado que produjera semejante castigo. El egoísmo era el gran pecado que había torcido el carácter de esta pareja culpable. 3TS 332.1

Juntamente con otros, Ananías y su esposa Safira, habían tenido el privilegio de oír el evangelio predicado por los apóstoles. El poder de Dios acompañaba la palabra hablada, y una profunda convicción se apoderó de todos los presentes. La influencia enternecedora de la gracia de Dios los indujo, en su corazón a renunciar a su egoísta posesión de bienes terrenales. Mientras se hallaban bajo la influencia directa del Espíritu de Dios hicieron la promesa de dar al Señor ciertas tierras; pero cuando ya no estaban bajo esta influencia celestial, la impresión era menos fuerte y empezaron a dudar y a rehuir el cumplimiento de la promesa que habían hecho. Pensaron que se habían apresurado demasiado, y deseaban reconsiderar el asunto. Así abrieron una puerta por la cual Satanás entró en seguida, y obtuvo el dominio de su mente. 3TS 332.2

Este caso debe ser una advertencia a todos para que se guarden contra el primer ataque de Satanás. Primero albergaron la codicia. Luego, avergonzados de que sus hermanos supiesen que su alma egoísta lloraba lo que habían dedicado y prometido solemnemente a Dios, practicaron el engaño. Hablaron del asunto entre sí, y deliberadamente decidieron retener una parte del precio de la tierra. Cuando fueron convencidos de su mentira, su castigo fué la muerte instantánea. Sabían que el Señor a quien habían defraudado los había escudriñado, porque Pedro dijo: “¿Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo, y defraudases del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.” 3TS 332.3

Era necesario un ejemplo especial para guardar a la joven iglesia contra la desmoralización; porque su número aumentaba rápidamente. Así que fué dada una advertencia a todos los que profesaban a Cristo en aquel entonces, y a todos los que más tarde habían de profesar su nombre, respecto de que Dios requiere fidelidad en el cumplimiento de los votos. Pero a pesar de este señalado pecado del engaño y la mentira, los mismos pecados han sido con frecuencia repetidos en la iglesia cristiana, y son muy difundidos en nuestra época. Me ha sido mostrado que Dios dió ese ejemplo como amonestación a todos los que se viesen tentados a actuar de manera similar. El egoísmo y el fraude se practican diariamente en la iglesia, al retener ésta los recursos que Dios exige, robándole así, y poniéndose en conflicto con los arreglos que él ha hecho para difundir la luz y el conocimiento de la verdad por toda la anchura y longitud de la tierra. 3TS 333.1

Dios, en sus planes sabios, hizo depender el adelantamiento de su causa de los esfuerzos personales de su pueblo, y de sus ofrendas voluntarias. Aceptando la cooperación del hombre en el gran plan de redención, le confirió señalada honra. El ministro no puede predicar a menos que se le envíe. La obra de dispensar luz no incumbe sólo a los ministros. Cada persona, al llegar a ser miembro de la iglesia, se compromete a ser representante de Cristo viviendo la verdad que profesa. Los que siguen a Cristo deben llevar adelante la obra que él les dejó cuando ascendió al cielo. 3TS 333.2

Las instituciones que son instrumentos de Dios para llevar a cabo su obra en la tierra deben ser sostenidas. Deben erigirse iglesias, establecerse escuelas y proporcionarse a las casas editoras las cosas necesarias para hacer una gran obra en la publicación de la verdad que ha de ser proclamada a todas partes del mundo. Estas instituciones son ordenadas de Dios, y deben ser sostenidas por los diezmos y ofrendas generosas. A medida que la obra se amplía se necesitarán recursos para llevarla a cabo en todos sus ramos. Los que han sido convertidos a la verdad, y han sido hechos participantes de su gracia, pueden llegar a ser colaboradores de Cristo haciéndole ofrendas y sacrificios voluntarios. Y cuando los miembros de la iglesia desean en su corazón que no se hagan más pedidos de recursos, dicen virtualmente que se conformarían con que la causa no progresase. 3TS 333.3

“E hizo Jacob voto diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si tornare en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios, y esta piedra que he puesto por título, será casa de Dios: y de todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti.” Las circunstancias que indujeron a Jacob a hacer voto al Señor eran similares a las que inducen a hombres y mujeres a hacer votos al Señor en nuestro tiempo. Por un acto pecaminoso había obtenido la bendición que sabía le había sido prometida por la segura palabra de Dios. Al hacer esto había mostrado gran falta de fe en el poder de Dios para ejecutar sus propósitos por desalentadoras que fuesen las apariencias del momento. En vez de colocarse en la posición que codiciaba, se vió obligado a huir para salvar su vida de la ira de Esaú. Con sólo el bastón que tenía en la mano, tenía que viajar centenares de kilómetros por un país desolado. Había perdido el valor, y se sentía lleno de remordimiento y timidez, y trataba de evitar a los hombres, no fuese que su hermano airado pudiese seguirle el rastro. No tenía la paz de Dios para consolarle; porque estaba acosado por el pensamiento de que había perdido el derecho a la protección divina. 3TS 334.1

El segundo día de su viaje se acerca a su fin. Se siente cansado, hambriento y sin hogar, y le parece estar abandonado por Dios. Sabe que ha traído todo esto sobre sí mismo por su mala conducta. Le rodean sombrías nubes de desesperación, y le parece ser un paria. Su corazón está lleno de un terror sin nombre y apenas se atreve a orar. Pero está tan completamente solitario que siente la necesidad de la protección divina como nunca antes. Llora y confiesa sus pecados ante Dios, y suplica que le dé alguna evidencia de que no le ha abandonado completamente. Pero su cargado corazón no halla alivio. Ha perdido toda confianza en sí mismo, y teme que el Dios de sus padres le haya desechado. Pero Dios, el Dios misericordioso, se compadece del pobre hombre desamparado y pesaroso, que allega las piedras para formar su almohada y tiene tan sólo el pabellón de los cielos como cobertor. 3TS 335.1

En una visión de la noche ve una escalera mística, cuya base descansa en la tierra, y cuya cumbre alcanza a la hueste estrellada, a los más altos cielos. Los mensajeros celestiales ascienden y descienden por esta escalera de brillo deslumbrante, mostrándole la senda que comunica el cielo con la tierra. Oye una voz, que le renueva la promesa de misericordia, protección y bendiciones futuras. Cuando Jacob despierta de este sueño dice: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.” Mira en derredor suyo como esperando ver a los mensajeros celestiales; pero únicamente ve las borrosas líneas de los objetos terrenales; y los cielos, que resplandecen con las gemas de luz, responden a su ferviente y asombrosa mirada. La escalera y los brillantes mensajeros han desaparecido y sólo en su imaginación puede ver a la gloriosa Majestad que se hallaba en su cumbre. 3TS 335.2

Jacob quedó abrumado por el profundo silencio de la noche, y con la vívida impresión de que se encontraba en la inmediata presencia de Dios. Su corazón estaba lleno de gratitud por no haber sido destruido. Ya no pudo dormir esa noche; llenaba su alma una profunda y ferviente gratitud, mezclada con santo gozo. “Y levantóse Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y alzóla por título, y derramó aceite encima de ella.” Y allí hizo su solemne voto a Dios. 3TS 335.3

Jacob hizo ese voto mientras se hallaba refrigerado por los rocíos de la gracia, y vigorizado por la presencia y la seguridad de Dios. Después que hubo pasado la gloria divina, tuvo tentaciones, como los hombres de nuestra época, pero él fué fiel a su voto, y no quiso albergar pensamientos referentes a la posibilidad de quedar libre de la promesa que había hecho. Podía haber razonado de manera muy similar a como razonan los hombres hoy, que esta revelación era tan sólo un sueño, que estaba bajo una excitación impropia cuando hizo este voto y que por lo tanto no necesitaba cumplirlo; pero no razonó así. 3TS 336.1

Transcurrieron largos años antes que Jacob se atreviera a volver a su país; pero cuando lo hizo, cumplió fielmente su deuda para con su Maestro. Había llegado a ser rico, y una muy grande suma de sus propiedades pasó de su posesión a la tesorería del Señor. 3TS 336.2

En nuestra época muchos fracasan donde Jacob tuvo éxito. Aquellos a quienes Dios ha concedido las mayores cantidades tienen la más intensa inclinación a retener lo que tienen, porque deben dar una suma proporcionada a su propiedad. Jacob dió el diezmo de todo lo que tenía, y luego calculó el usufructo del diezmo, y dió al Señor el beneficio de lo que había usado para sí durante el tiempo que había estado en un país pagano y no podía pagar su voto. Esto resultaba una cantidad elevada, pero él no vaciló; no consideraba como suyo lo que había consagrado a Dios, sino como del Señor. 3TS 336.3

Según la cantidad otorgada será la cantidad requerida. Cuanto mayor sea el capital confiado, más valioso es el don que Dios requiere que se le devuelva. Si un cristiano tiene diez o veinte mil pesos, las exigencias de Dios son imperativas para él, no sólo en cuanto a dar la proporción de acuerdo con el sistema del diezmo, sino en cuanto a presentar sus ofrendas por el pecado y agradecimiento a Dios. La dispensación levítica se distinguía de una manera notable por la santificación de la propiedad. Cuando hablamos del diezmo como norma de las contribuciones judaicas a los propósitos religiosos, no hablamos con entendimiento de causa. El Señor hacía predominar sus exigencias sobre todo lo demás, y en casi todo se hacía acordar a los israelitas de su Dador, requiriéndoles que le devolviesen algo. Se les pedía que pagasen rescate por su primogénito, por las primicias de sus rebaños, y por las primeras gavillas de su mies. Se les pedía que dejasen las esquinas de sus campos para los indigentes. Cuanto caía de su mano al segar, debía quedar para los pobres, y una vez cada siete años debían dejar que sus tierras produjesen espontáneamente para los menesterosos. Luego, había ofrendas de sacrificio, ofrendas por el pecado, y la remisión de todas las deudas cada séptimo año. Había también numerosos gastos para la hospitalidad y los donativos a los pobres, y además, pesadas contribuciones sobre sus propiedades. 3TS 336.4

En épocas fijas, a fin de conservar la integridad de la ley, el pueblo era interrogado acerca de si había cumplido fielmente sus votos o no. Unos pocos concienzudos devolvían a Dios alrededor de la tercera parte de todos sus ingresos para beneficio de los intereses religiosos y para los pobres. Estas exigencias no se hacían a una clase particular de la gente, sino a todos, siendo lo requerido proporcionado a la cantidad que se poseía. Además de todos estos donativos sistemáticos y regulares, había objetos especiales que exigían ofrendas voluntarias, como cuando se edificó el tabernáculo en el desierto, y el templo en Jerusalén. Dios hacía estas substracciones para el propio beneficio del pueblo tanto como para sostener el servicio de su culto. 3TS 337.1

Entre nuestro pueblo debe haber un despertar acerca de este asunto. Son tan sólo pocos los hombres que sienten remordimiento de conciencia si descuidan su deber en la beneficencia. Pero pocos sienten remordimiento de alma por robar diariamente a Dios. Si un cristiano, deliberada o accidentalmente, paga a su vecino menos de lo que debe o se niega a cancelar una deuda honorable, su conciencia, a menos que esté cauterizada, le perturbará; no puede descansar aun cuando nadie sepa del asunto sino él. Hay muchos votos descuidados y promesas que no han sido pagadas, y sin embargo cuán pocos afligen sus ánimos acerca del asunto; cuán pocos sienten la culpabilidad de esta violación de sus deberes. Debemos sentir nuevas y más profundas convicciones al respecto. La conciencia debe ser despertada, y el asunto recibir sincera atención, porque habrá que dar cuenta de ello a Dios en el último día, y sus exigencias deben ser cumplidas. 3TS 338.1

Las responsabilidades del negociante cristiano, por grande o pequeño que sea su capital, estarán en exacta proporción con los dones que ha recibido de Dios. El engaño de las riquezas ha arruinado a millares y decenas de millares. Estos ricos se olvidan de que son mayordomos y de que se está acercando rápidamente el día en que se les dirá: “Da cuenta de tu mayordomía.” Según se demuestra en la parábola de los talentos, cada uno es responsable del sabio empleo de los dones que le han sido concedidos. El pobre de la parábola, por haber recibido el don menor, sentía menos responsabilidad y no empleó el talento a él confiado; por lo tanto fué echado a las tinieblas de afuera. 3TS 338.2

Dijo Cristo: “¡Cuán difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de Dios!” Y sus discípulos se quedaron asombrados de su doctrina. Cuando un ministro que ha trabajado con éxito en ganar almas para Jesucristo, abandona su obra sagrada para obtener ganancias temporales, se le llama apóstata y habrá de dar cuenta a Dios por los talentos a los cuales dió mala aplicación. Cuando hombres de negocio, agricultores, mecánicos, negociantes, abogados, etc., se hacen miembros de la iglesia, vienen a ser siervos de Cristo; y aunque sus talentos sean completamente diferentes, su responsabilidad en cuanto a hacer progresar la causa de Dios por el esfuerzo personal, y con sus recursos, no es menor que la que descansa sobre el predicador. El ay que caerá sobre el ministro si no predica el evangelio, caerá tan seguramente sobre el negociante, si él, con sus diferentes talentos, no coopera con Cristo en lograr los mismos resultados. Cuando ello es presentado a los miembros individualmente, algunos dirán: “Dura es esta palabra;” sin embargo es contradicha continuamente por la práctica de hombres que profesan seguir a Cristo. Dios proveyó pan para su pueblo en el desierto mediante un milagro de misericordia, y podía haber provisto todo lo necesario para el servicio religioso, pero no lo hizo, porque en su infinita sabiduría veía que la disciplina moral de su pueblo dependía de su cooperación con él, de que cada uno de ellos hiciese algo. A medida que la verdad vaya progresando, pesarán sobre los hombres las exigencias de Dios en cuanto a dar de lo que les ha confiado con este mismo fin. Dios, el Creador del hombre, al instituir el plan de la benevolencia sistemática, ha distribuído el peso de la obra igualmente sobre todos según sus diversas capacidades. Cada uno ha de ser su propio asesor, y se le deja dar según se propone en su corazón. 3TS 338.3

Pero hay algunos que son culpables del mismo pecado que Ananías y Safira, pensando que si retienen una porción de lo que Dios pide en el sistema del diezmo, los hermanos no lo sabrán nunca. Así pensaba la pareja culpable cuyo ejemplo nos es dado como advertencia. En este caso Dios demostró que escudriña el corazón. No pueden serle ocultos los motivos y propósitos del hombre. Ha dejado una amonestación perpetua para los cristianos de todas las épocas a precaverse del pecado al cual los corazones humanos están continuamente inclinados. 3TS 339.1

Aunque no sigan ahora indicios visibles del desagrado de Dios a la repetición del pecado de Ananías y Safira, el pecado es igualmente odioso a la vista de Dios, y el transgresor será tan seguramente castigado en el día del juicio: y muchos sentirán la maldición de Dios aun en esta vida. Cuando se hace una promesa a la causa, es un voto hecho a Dios y debe ser cumplido de una manera sagrada. A la vista de Dios, no es menos que un sacrilegio el apropiarnos para nuestro uso particular lo que una vez fué prometido para fomentar su obra sagrada. 3TS 340.1

Cuando ha sido hecha, en presencia de nuestros hermanos, la promesa verbal o escrita de dar cierta cantidad, ellos son los testigos visibles de un contrato hecho entre nosotros y Dios. La promesa no es hecha al hombre, sino a Dios, y es como un pagaré dado a un vecino. Ninguna obligación legal tiene más fuerza para el cristiano en cuanto al desembolso de dinero, que una promesa hecha a Dios. 3TS 340.2

Las personas que hacen así promesas a sus semejantes, no piensan generalmente en pedir que se les libre de sus compromisos. Un voto hecho a Dios, el Dador de todos los favores, es de importancia aun mayor; por lo tanto, ¿por qué habríamos de quedar libres de nuestros votos a Dios? ¿Considerará el hombre su promesa como de menos fuerza porque ha sido hecha a Dios? Porque su voto no será llevado a los tribunales de justicia, ¿es menos válido? ¿Habrá de robar a Dios un hombre que profesa ser salvado por la sangre del infinito sacrificio de Jesucristo? ¿No resultan sus votos y sus actos pesados en las balanzas de justicia de los ángeles celestiales? 3TS 340.3

Cada uno de nosotros tiene un caso pendiente en el tribunal del cielo. ¿Habrá nuestra conducta de hacer inclinar la balanza de las evidencias contra nosotros? El caso de Ananías y Safira era del carácter más grave. Al retener parte del precio, mintieron al Espíritu Santo. Igualmente la culpa pesa sobre cada individuo en proporción a ofensas parecidas. Cuando los corazones de los hombres han sido enternecidos con la presencia del Espíritu de Dios, son más susceptibles a las impresiones del Espíritu Santo, y hacen resoluciones de negarse a sí mismos y sacrificarse por la causa de Dios. Al brillar la divina luz en las cámaras de la mente con claridad y fuerza inusitadas, es cuando los sentimientos del hombre natural quedan vencidos y el egoísmo pierde su poder sobre el corazón y se despiertan los deseos de imitar el Modelo, Jesucristo, en la práctica de la abnegación y la benevolencia. La disposición del hombre naturalmente egoísta se impregna entonces de bondad y compasión hacia los pecadores perdidos, y él hace una solemne promesa a Dios como la hicieron Abrahán y Jacob. En tales ocasiones los ángeles celestiales están presentes. El amor hacia Dios y las almas triunfa sobre el egoísmo y el amor al mundo. Esto sucede especialmente cuando el predicador, con el Espíritu y poder de Dios, presenta el plan de redención, trazado por la Majestad celestial en el sacrificio de la cruz. Por los siguientes pasajes podemos ver cómo Dios considera el asunto de los votos: 3TS 340.4

“Y habló Moisés a los príncipes de las tribus de los hijos de Israel, diciendo: Esto es lo que Jehová ha mandado. Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no violará su palabra: hará conforme a todo lo que salió de su boca.” Números 30:2, 3. “No sueltes tu boca para hacer pecar a tu carne; ni digas delante del ángel, que fué ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se aire a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?” Eclesiastés 5:6. “Entraré en tu casa con holocaustos: te pagaré mis votos, que pronunciaron mis labios, y habló mi boca, cuando angustiado estaba.” Salmos 66:13, 14. “Lazo es al hombre el devorar lo santo, y andar pesquisando después de los votos.” Proverbios 20:25. “Cuando prometieres voto a Jehová tu Dios, no tardarás en pagarlo; porque ciertamente lo demandará Jehová tu Dios de ti, y habría en ti pecado. Mas cuando te abstuvieres de prometer, no habrá en ti pecado. Guardarás lo que tus labios pronunciaron; y harás, como prometiste a Jehová tu Dios, lo que de tu voluntad hablaste por tu boca.” Deuteronomio 23:21-23. 3TS 341.1

“Prometed, y pagad a Jehová vuestro Dios: todos los que están alrededor de él, traigan presentes al Terrible.” Salmos 76:11. “Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová; y cuando hablan que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh qué trabajo! y lo desechasteis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Seráme acepto eso de vuestra mano? dice Jehová. Maldito el engañoso, que tiene macho en su rebaño, y promete, y sacrifica lo dañado a Jehová; porque yo soy Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es formidable entre las gentes.” Malaquías 1:12-14. 3TS 342.1

“Cuando a Dios hicieres promesa, no tardes en pagarla; porque no se agrada de los insensatos. Paga lo que prometieres. Mejor es que no prometas, que no que prometas y no pagues.” Eclesiastés 5:4, 5. 3TS 342.2

Dios ha dado al hombre una parte que desempeñar en lograr la salvación de sus semejantes. Puede obrar en relación con Cristo haciendo actos de misericordia y de beneficencia. Pero no puede redimirlos por ser incapaz de satisfacer las exigencias de la justicia insultada. Esto lo pudo hacer sólo el Hijo de Dios, poniendo a un lado su honra y gloria, revistiendo su divinidad de humanidad, y viniendo a la tierra para humillarse y derramar su sangre en favor de la familia humana. 3TS 342.3

Al comisionar a sus discípulos para que fuesen “por todo el mundo” a predicar “el evangelio a toda criatura,” Cristo asignó a los hombres la obra de difundir el evangelio. Pero mientras algunos salen a predicar, invita a otros a responder a sus demandas de diezmos y ofrendas con que sostener al ministerio, y difundir la verdad en forma impresa por toda la tierra. Tal es el medio que Dios tiene para exaltar al hombre. Esta es precisamente la obra que él necesita; porque conmoverá las más profundas simpatías de su corazón, y pondrá en ejercicio la más alta capacidad de la mente. 3TS 342.4

Toda cosa buena de la tierra fué puesta aquí por la mano bondadosa de Dios, como expresión de su amor hacia el hombre. Los pobres son suyos, como lo es la causa de la religión. El ha puesto en la mano de los hombres recursos para que sus dones divinos fluyan por conductos humanos y hagan la obra que nos ha sido señalada en cuanto a salvar a nuestros semejantes. Cada uno tiene su obra asignada en el gran campo; sin embargo, nadie debe concebir la idea de que Dios depende del hombre. El podría decir una palabra, y enriquecer a cada hijo de la pobreza. En un momento podría sanar al género humano de todas sus enfermedades. Podría prescindir completamente de los ministros y hacer a los ángeles embajadores de su verdad. Podría haber escrito la verdad en el firmamento o haberla impreso en las hojas de los árboles y las flores del campo; o podría haberla proclamado desde el cielo con voz oíble. Pero el Dios omnisciente no eligió ninguna de esas maneras. Sabía que el hombre debía tener algo que hacer a fin de que la vida le fuese una bendición. El oro y la plata son del Señor, y él podría hacerlos llover del cielo si quisiera, pero en vez de esto ha hecho al hombre su mayordomo, confiándole recursos, no para que los atesorase, sino para que los usase beneficiando a otros. El hace así al hombre el medio por el cual distribuye sus bendiciones en la tierra. Dios trazó el sistema de la beneficencia a fin de que el hombre pudiese llegar a ser, como su Creador, benevolente y abnegado en carácter, y finalmente participase con él de la recompensa eterna y gloriosa. 3TS 343.1

Dios obra por intermedio de instrumentos humanos; y quienquiera que despierte la conciencia de los hombres provocándolos a las buenas obras y a tener real interés en el adelantamiento de la causa de la verdad, no lo hace de sí mismo, sino por el Espíritu de Dios que obra en él. Las promesas hechas en tales circunstancias tienen un carácter sagrado, por ser el fruto de la obra del Espíritu de Dios. Cuando estas promesas se cancelan, el Cielo acepta la ofrenda, y a estos obreros liberales se les acredita tanto tesoro invertido en el banco del cielo. Los tales están echando buen fundamento para el tiempo venidero, para asirse de la vida eterna. 3TS 343.2

Pero cuando la presencia inmediata del Espíritu de Dios no se siente tan vívidamente, y la mente se preocupa por las cosas temporales de la vida, entonces algunos son tentados a dudar de la fuerza de la obligación que asumieron voluntariamente; y, cediendo a las sugestiones de Satanás, razonan que se ejerció una presión indebida sobre ellos, y que obraron bajo la excitación del momento; que la necesidad de recursos para la causa de Dios fué exagerada; y que fueron inducidos a prometer bajo falsos motivos, sin comprender plenamente el asunto, y por lo tanto quieren que se les libre del compromiso. ¿Tienen los ministros poder para aceptar sus excusas, y decir: “No se os obligará a cumplir vuestra promesa; quedáis libres de vuestro voto”? Si acaso lo hiciesen, se hacen partícipes del pecado del que retiene su donativo. 3TS 344.1

De todas nuestras entradas debemos primero dar a Dios lo suyo. En el sistema de beneficencia ordenado a los judíos, se les requería que trajesen al Señor las primicias de todos sus dones, ya fuese en el aumento de sus rebaños, o en el producto de sus campos, huertos y viñas; o bien habían de redimirlo substituyéndolo por un equivalente. ¡Cuán cambiado es el orden de las cosas en nuestra época! Los requisitos y las exigencias del Señor, si reciben atención alguna, quedan para lo último. Sin embargo nuestra obra necesita diez veces más recursos ahora que los necesitados por los judíos. La gran comisión dada a los apóstoles fué de ir por todo el mundo y predicar el evangelio. Esto muestra la extensión de la obra y el aumento de la responsabilidad que descansa sobre los que siguen a Cristo en nuestra época. Si la ley requería diezmos y ofrendas hace miles de años, ¡cuánto más esenciales son ahora! Si, en la economía judaica, tanto los ricos como los pobres habían de dar cantidades proporcionadas a los bienes que poseían, ello es doblemente esencial ahora. 3TS 344.2

La mayor parte de los que profesan ser cristianos se separan de sus recursos de muy mala gana. Muchos de ellos no dan ni una vigésima parte de sus entradas a Dios, y numerosos son los que dan aun menos que esto; mientras que hay una numerosa clase que roba a Dios el poco diezmo que le pertenece, y otros que dan solamente el diezmo. Si todos los diezmos de nuestro pueblo fluyesen a la tesorería del Señor como debieran, se recibirían tantas bendiciones que los dones y ofrendas para los propósitos sagrados quedarían multiplicados diez veces y así se mantendría abierto el conducto entre Dios y el hombre. Los que siguen a Cristo no deben aguardar para obrar hasta que los despierten los conmovedores llamados misioneros. Si están espiritualmente despiertos oirán en los ingresos de cada semana, sean pocos o muchos, la voz de Dios y de la conciencia, que con autoridad les exige las ofrendas y los diezmos debidos al Señor. 3TS 345.1

No sólo se desean los dones y labores de los que siguen a Cristo, sino que en cierto sentido son indispensables. Todo el Cielo está interesado en la salvación del hombre y aguarda que los hombres se interesen en su propia salvación y en la de sus semejantes. Todas las cosas están listas, pero la iglesia está aparentemente sobre terreno encantado. Cuando sus miembros despierten, y pongan sus oraciones, sus riquezas y todas sus energías y recursos a los pies de Jesús, la causa de la verdad triunfará. Los ángeles se asombran de que los cristianos hagan tan poco cuando Jesús les ha dado tal ejemplo, no rehuyendo la muerte, la muerte ignominiosa. Les asombra que cuando los que profesan ser cristianos entran en contacto con el egoísmo del mundo, retroceden a sus estrechas miras y motivos egoístas. 3TS 345.2

Uno de los mayores pecados del mundo cristiano moderno lo constituye la hipocresía y la codicia al tratar con Dios. Hay un creciente descuido de parte de muchos respecto de satisfacer sus promesas a las diversas instituciones y empresas religiosas. Muchos consideran el acto de prometer como si no les impusiese obligación de pagar. Si piensan que su dinero les reportará considerable ganancia invertido en bonos bancarios o en mercaderías, o si hay, relacionadas con la institución a la cual han prometido ayudar, personas que no son de su agrado, se sienten perfectamente libres para emplear los recursos como les place. Esta falta de integridad prevalece bastante extensamente entre los que profesan guardar los mandamientos de Dios y esperar la próxima aparición de su Señor y Salvador. 3TS 346.1

El plan de la benevolencia sistemática [el diezmo y las ofrendas] fué ordenado por Dios mismo; pero el pago fiel de lo exigido por Dios es a menudo rehusado o postergado como si las promesas solemnes no tuviesen significado. Porque los miembros de las iglesias descuidan de pagar sus diezmos y cumplir sus compromisos, nuestras instituciones no están libres de trabas. Si todos, ricos y pobres, trajesen sus diezmos al alfolí, habría abundante provisión de recursos para aliviar la causa de trabas financieras y para llevar a cabo noblemente la obra misionera en sus diversos departamentos. Dios invita a todos los que creen la verdad a devolverle lo suyo. Los que han pensado que retener lo que pertenece a Dios es ganancia, experimentarán finalmente su maldición como resultado de su robo al Señor. Nada que no sea la completa incapacidad de pagar puede disculparle a uno por descuidar de satisfacer prontamente sus obligaciones al Señor. La indiferencia en este asunto demuestra que uno está en ceguera y engaño y es indigno del nombre de cristiano. 3TS 346.2

Una iglesia es responsable de las promesas hechas por sus miembros individuales. Si ve que algún hermano descuida de cumplir sus votos, debe trabajar con él bondadosa pero abiertamente. Si está en circunstancias que le hagan imposible pagar su voto, si es un miembro digno, de corazón voluntario, entonces ayúdele compasivamente la iglesia. Así pueden sus miembros salvar la dificultad y recibir ellos mismos una bendición. 3TS 347.1

Dios quiere que los miembros de su iglesia consideren que sus obligaciones hacia él tienen tanto vigor como sus deudas con el negociante o el mercado. Repase cada uno su vida y vea si hay promesas que no han sido pagadas ni redimidas por descuido y luego haga esfuerzos extraordinarios para pagar hasta “el último maravedí;” porque todos habremos de hacer frente al arreglo final de un tribunal cuya prueba no podrá ser soportada sino por la integridad y la veracidad. 3TS 347.2