Mensajes Selectos Tomo 1

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La justicia se encuentra en Cristo

Venid, pues, buscad y encontraréis. El depósito de poder está abierto, es pleno y gratuito. Venid con corazón humilde, sin pensar que debéis hacer alguna buena obra para merecer el favor de Dios, o que debéis haceros mejores antes de que podáis venir a Cristo. Sois impotentes para hacer el bien y no podéis mejorar vuestra condición. Fuera de Cristo no tenéis ningún mérito, ninguna justicia. Nuestra pecaminosidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección humana hacen imposible que aparezcamos delante de Dios a menos que seamos revestidos con la justicia inmaculada de Cristo. Hemos de ser hallados en él sin tener nuestra propia justicia, sino la justicia que es en Cristo. Luego, en el nombre que está por encima de todo nombre, el único nombre dado a los hombres por el que podamos ser salvos, reclamad la promesa de Dios diciendo: “Señor, perdona mi pecado. Pongo mis manos en las tuyas en procura de ayuda, y debo recibirla, o perezco. Ahora creo”. El Salvador dice al pecador arrepentido: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6), “y al que a mí viene, no le echo fuera”. Juan 6:37. “Yo soy tu salvación”. Salmos 35:3. 1MS 391.3

Cuando respondéis a la atracción de Cristo y os unís con él, manifestáis fe salvadora. Tiene poco valor hablar incidentalmente de cosas religiosas y orar en procura de bendiciones espirituales sin tener una verdadera sed en el alma y sin fe viviente. La muchedumbre expectante que se apretujaba en torno de Jesús no experimentó un acrecentamiento de poder vital debido al contacto. Pero cuando la pobre mujer doliente, que durante doce años había estado inválida, en su gran necesidad extendió su mano y tocó la orla del vestido de Cristo, sintió el poder sanador. El toque de la fe fue de ella, y Cristo reconoció ese toque. Sabía que había salido poder de él y, volviéndose entre la multitud, preguntó: “¿Quién es el que me ha tocado?” Lucas 8:45. Sorprendidos ante tal pregunta, respondieron los discípulos: “Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Lucas 8:45-48. La fe que sirve para ponernos en contacto vital con Cristo expresa de nuestra parte una suprema preferencia, perfecta confianza, entera consagración. Esta fe obra por el amor y purifica el alma. Obra en la vida del seguidor de Cristo la verdadera obediencia a los mandamientos de Dios, pues el amor a Dios y el amor al hombre serán el resultado de la relación vital con Cristo. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Romanos 8:9. 1MS 392.1

Jesús dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. Juan 15:5. ¿Podemos concebir una relación más íntima que la que esto implica? Las fibras de la rama son idénticas a las de la vid. Es libre y constante la comunicación de vida, energía y nutrición del tronco a las ramas. La raíz envía su alimento por las ramas. Tal es la relación del creyente con Cristo, si habita en Cristo y obtiene de él su alimento. Pero la relación espiritual entre Cristo y el alma se puede establecer únicamente mediante el ejercicio de la fe personal. “Sin fe es imposible agradar a Dios”. Hebreos 11:6. Es la fe la que nos conecta con el poder del cielo y nos proporciona fuerza para hacer frente a los poderes de las tinieblas. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. 1 Juan 5:4. La fe familiariza al alma con la existencia y la presencia de Dios, y, viviendo completamente para la gloria de Dios, discernimos más y más la belleza del carácter divino, la excelencia de su gracia. Nuestras almas se robustecen con poder espiritual, pues respiramos la atmósfera del cielo, y comprendiendo que Dios está a nuestra diestra, no seremos conmovidos. Nos elevamos por encima del mundo contemplando a Aquel que es el principal entre diez mil y todo él codiciable, y al contemplarlo, somos transformados a su imagen. 1MS 393.1