El Discurso Maestro de Jesucristo

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“No os afanéis por vuestra vida”.

Quien nos dio la vida sabe que nos hace falta el alimento para conservarla. El que creó el cuerpo no olvida nuestra necesidad de ropa. El que concedió la dádiva mayor ¿no otorgará también lo necesario para hacerla completa? DMJ 81.3

Jesús dirigió la atención de sus oyentes a las aves que modulaban sus alegres cantos, libres de congojas, porque, si bien “no siembran, ni siegan”, el gran Padre las provee de todo lo necesario. Luego preguntó: “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” DMJ 81.4

Las laderas de las colinas y los campos estaban esmaltados de flores. Señalándolos en la frescura del rocío matinal, Jesús dijo: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen”. La habilidad humana puede copiar las formas graciosas y elegantes de las plantas y las flores; mas ¿qué toque puede dar vida siquiera a una florecilla o a una brizna de hierba? Cada flor que abre sus pétalos a la vera del camino debe su existencia al mismo poder que colocó los mundos y estrellas en el cielo. Por toda la creación se siente palpitar la vida del gran corazón de Dios. Sus manos engalanan las flores del campo con atavíos más primorosos que cuantos hayan ornado jamás a los reyes terrenales. “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” DMJ 81.5

El que formó las flores y dio cantos a los pajarillos dice: “Considerad los lirios”. “Mirad las aves del cielo”. En la belleza de las cosas de la naturaleza podemos aprender acerca de la sabiduría divina más de lo que saben los eruditos. En los pétalos del lirio Dios escribió un mensaje para nosotros, en un idioma que el corazón puede leer sólo cuando desaprende las lecciones de desconfianza, egoísmo y congoja corrosiva. ¿Por qué nos dio él las aves canoras y las delicadas flores, si no por la superabundancia del amor paternal, para llenar de luz y alegría el sendero de nuestra vida? Sin las flores y los pájaros tendríamos todo lo necesario para vivir, pero Dios no se contentó con facilitar únicamente lo que bastaba para mantener la vida. Llenó la tierra, el aire y el cielo con vislumbres de belleza para expresarnos su amante solicitud por nosotros. La hermosura de todas las cosas creadas no es nada más que un reflejo del esplendor de su gloria. Si para contribuir a nuestra dicha y alegría prodigó tan infinita belleza en las cosas naturales, ¿podemos dudar de que nos dará toda bendición que necesitamos? DMJ 82.1

“Considerad los lirios”. Cada flor que abre sus pétalos al sol obedece las mismas grandes leyes que rigen las estrellas; y ¡cuán sencilla, dulce y hermosa es su vida! Por medio de las flores, Dios quiere llamarnos la atención a la belleza del carácter cristiano. El que dotó de tal belleza a las flores desea, muchísimo más, que el alma se vista con la hermosura del carácter de Cristo. DMJ 82.2

Considerad cómo crecen los lirios, dijo Cristo; cómo, al brotar del suelo frío y oscuro, o del fango en el cauce de un río, las plantas se desarrollan bellas y fragantes. ¿Quién imaginaría las posibilidades de belleza que se esconden en el bulbo áspero y oscuro del lirio? Pero cuando la vida de Dios, oculta en su interior, se desarrolla en respuesta a su llamamiento mediante la lluvia y el sol, maravilla a los hombres por su visión de gracia y belleza. Así también se desarrollará la vida de Dios en toda alma humana que se entregue al ministerio de su gracia, la que tan gratuitamente como la lluvia y el sol llega con su bendición para todos. Es la palabra de Dios la que crea las flores; y la misma palabra producirá en nosotros las gracias de su Espíritu. DMJ 82.3

La ley de Dios es una ley de amor. El nos rodeó de hermosura para enseñarnos que no estamos en la tierra únicamente para mirar por nosotros mismos, para cavar y construir, para trabajar e hilar, sino para hacer la vida esplendorosa, alegre y bella por el amor de Cristo. Así como las flores, hemos de alegrar otras vidas con el ministerio del amor. DMJ 83.1

Padres, dejad a vuestros hijos que aprendan de las flores. Llevadlos al jardín, a la huerta, al campo, bajo los árboles frondosos, y enseñadles a leer en la naturaleza el mensaje del amor de Dios. Vinculad su recuerdo con el espectáculo de los pájaros, las flores y los árboles. Inducidlos a considerar en cada cosa agradable y hermosa una expresión del amor que Dios siente por ellos. Hacedles apreciar vuestra de la bondad. DMJ 83.2

Enseñad a los niños la lección de que mediante el gran amor de Dios su naturaleza puede transformarse y ponerse en armonía con la suya. Enseñadles que él quiere que sus vidas tengan la hermosura y la gracia de las flores. Mientras recogen las flores fragantes, hacedles saber que quien las creó es más bello que ellas. Así los zarcillos de sus corazones se aferrarán a él. El que es “todo... codiciable” llegará a ser para ellos un compañero constante y un amigo íntimo, y sus vidas se transformarán a la imagen de su pureza. DMJ 83.3