Historia de los Patriarcas y Profetas

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Capítulo 17—Huida y destierro de Jacob

Este capítulo está basado en Génesis 28 y 31.

Amenazado de muerte por la ira de Esaú, Jacob salió fugitivo de la casa de su padre; pero llevó consigo la bendición paterna. Isaac le había renovado la promesa del pacto y como heredero de ella, le había mandado que tomase esposa de entre la familia de su madre en Mesopotamia. Sin embargo, Jacob emprendió su solitario viaje con un corazón profundamente acongojado. Con nada más que su báculo en la mano, debía viajar durante varios días por una región habitada por tribus indómitas y errantes. Dominado por su remordimiento y timidez, trató de evitar a los hombres, para no ser hallado por su airado hermano. Temía haber perdido para siempre la bendición que Dios había tratado de darle, y Satanás estaba listo para atormentarlo con sus tentaciones. PP 163.1

La noche del segundo día lo encontró lejos de las tiendas de su padre. Se sentía desechado, y sabía que toda esta tribulación había venido sobre él por su proceder erróneo. Las tinieblas de la desesperación oprimían su alma, y apenas se atrevía a orar. Sin embargo, estaba tan completamente solo que sentía como nunca antes la necesidad de la protección de Dios. Llorando y con profunda humildad, confesó su pecado, y pidió que se le diera alguna evidencia de que no estaba completamente abandonado. Su corazón agobiado no encontraba alivio. Había perdido toda confianza en sí mismo, y temía haber sido desechado por el Dios de sus padres. PP 163.2

Pero Dios no abandonó a Jacob. Su misericordia alcanzaba todavía a su errante y desconfiado siervo. Compasivamente el Señor reveló a Jacob precisamente lo que necesitaba: un Salvador. Había pecado; pero su corazón se llenó de gratitud cuando vio revelado un camino por el cual podría ser restituido a la gracia de Dios. PP 164.1

Cansado de su viaje, el peregrino se acostó en el suelo, con una piedra por cabecera. Mientras dormía, vio una escalera, clara y reluciente, “que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo”. Véase Génesis 28. Por esta escalera subían y bajaban ángeles. En lo alto de ella estaba el Señor de la gloria, y su voz se oyó desde los cielos: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac”. La tierra en que estaba acostado como desterrado y fugitivo le fue prometida a él y a su descendencia, al asegurársele: “Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”. Esta promesa había sido dada a Abraham y a Isaac, y ahora fue repetida a Jacob. Luego, en atención especial a su actual soledad y tribulación, fueron pronunciadas las palabras de consuelo y estímulo: “Yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”. Génesis 28:15. PP 164.2

El Señor conocía las malas influencias que rodearían a Jacob y los peligros a que estaría expuesto. En su misericordia abrió el futuro ante el fugitivo arrepentido, para que comprendiese la intención divina a su respecto, y a fin de que estuviese preparado para resistir las tentaciones que necesariamente enfrentaría, cuando se encontrara solo entre idólatras e intrigantes. Tendría entonces siempre presente la alta norma a la que debía aspirar, y el saber que por su medio se cumpliría el propósito de Dios lo incitaría constantemente a la fidelidad. PP 164.3

En esta visión el plan de la redención le fue revelado a Jacob, no del todo, sino hasta donde le era esencial en aquel momento. La escalera mística que se le mostró en su sueño, fue la misma a la cual se refirió Cristo en su conversación con Natanael. Dijo el Señor: “Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre”. Juan 1:51. PP 164.4

Hasta el tiempo de la rebelión del hombre contra el gobierno divino, había existido libre comunión entre Dios y el hombre. Pero el pecado de Adán y Eva separó la tierra del cielo, de manera que el hombre no podía ya comunicarse con su Hacedor. Sin embargo, no se dejó al mundo en solitaria desesperación. La escalera representa a Jesús, el medio señalado para comunicarnos con el cielo. Si no hubiera salvado por sus méritos el abismo producido por el pecado, los ángeles ministradores no habrían podido tratar con el hombre caído. Cristo une el hombre débil y desamparado con la fuente del poder infinito. PP 165.1

Todo esto se le reveló a Jacob en su sueño. Aunque su mente comprendió en seguida una parte de la revelación, sus grandes y misteriosas verdades fueron el estudio de toda su vida, y las fue comprendiendo cada vez mejor. PP 165.2

Jacob se despertó de su sueño en el profundo silencio de la noche. Las relucientes figuras de su visión se habían desvanecido. Sus ojos no veían ahora más que los contornos oscuros de las colinas solitarias y sobre ellas el cielo estrellado. Pero experimentaba un solemne sentimiento de que Dios estaba con él. Una presencia invisible llenaba la soledad. “Ciertamente Jehová está en este lugar -dijo-, y yo no lo sabía. [.....] No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”. PP 165.3

“Se levantó Jacob de mañana, y tomando la piedra que había puesto de cabecera, la alzó por señal y derramó aceite encima de ella”. Siguiendo la costumbre de conmemorar los acontecimientos de importancia, Jacob levantó un monumento a la misericordia de Dios, para que siempre que pasara por aquel camino, pudiera detenerse en ese lugar sagrado para adorar al Señor. Y llamó aquel lugar Bet-el; o sea, “casa de Dios”. Con profunda gratitud repitió la promesa que le aseguraba que la presencia de Dios estaría con él; y luego hizo el solemne voto: “Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti”. Génesis 28:20-22. PP 165.4

Jacob no estaba tratando de ponerle condiciones a Dios. El Señor ya le había prometido prosperidad, y este voto era la expresión de un corazón lleno de gratitud por la seguridad del amor y la misericordia de Dios. Jacob comprendía que Dios tenía sobre él derechos que estaba en el deber de reconocer, y que las señales especiales de la gracia divina que se le habían concedido, le exigían reciprocidad. Cada bendición que se nos concede demanda una respuesta hacia el Autor de todos los dones de la gracia. El cristiano ha de repasar muchas veces su vida pasada, y recordar con gratitud las preciosas obras que Dios ha realizado en su favor, sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo parecía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba por desmayar. Debe reconocer todo esto como pruebas de la protección de los ángeles celestiales. En vista de estas innumerables bendiciones debe preguntarse muchas veces con corazón humilde y agradecido: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” Salmos 116:12. PP 165.5

Nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes tienen que dedicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendiciones. Cada vez que se realiza en nuestro favor una liberación especial, o recibimos nuevos e inesperados favores, debemos reconocer la bondad de Dios, expresando nuestra gratitud no solo en palabras, sino, como Jacob, mediante ofrendas y dones para su causa. Así como recibimos constantemente las bendiciones de Dios, también hemos de dar sin cesar. PP 166.1

“Y de todo lo que me des el diezmo apartaré para ti”. Nosotros que gozamos de la clara luz y de los privilegios del evangelio, ¿nos contentaremos con darle a Dios menos de lo que daban aquellos que vivieron en la dispensación anterior menos favorecida que la nuestra? De ninguna manera. A medida que aumentan las bendiciones de que gozamos, ¿no aumentan nuestras obligaciones, en forma correspondiente? Pero ¡cuán en poco las tenemos! ¡Cuán imposible es el esfuerzo de medir con reglas matemáticas lo que le debemos en tiempo, dinero y afecto, en respuesta a un amor tan inconmensurable y a una dádiva de valor tan inconcebible! ¡Los diezmos para Cristo! ¡Oh, mezquina limosna, pobre recompensa para lo que ha costado tanto! Desde la cruz del Calvario, Cristo nos pide una consagración sin reservas. Todo lo que tenemos y todo lo que somos, lo debemos dedicar a Dios. PP 166.2

Con nueva y duradera fe en las promesas divinas, y seguro de la presencia y la protección de los ángeles celestiales, prosiguió Jacob su jornada “a la tierra de los orientales”. Pero ¡qué diferencia entre su llegada y la del mensajero de Abraham, casi cien años antes! El servidor había venido con un séquito montado en camellos, y con ricos regalos de oro y plata; Jacob llegaba solo, con los pies lastimados, sin más posesión que su cayado. Como el siervo de Abraham, Jacob se detuvo cerca de un pozo, y allí conoció a Raquel, la hija menor de Labán. Ahora fue Jacob quien prestó sus servicios, quitando la piedra de la boca del pozo y dando de beber al ganado. Después de haber manifestado su parentesco, fue recibido en casa de Labán. Aunque llegó sin herencia ni acompañamiento, pocas semanas bastaron para mostrar el valor de su diligencia y capacidad, y se le exhortó a quedarse. Convinieron en que serviría a Labán siete años por la mano de Raquel. PP 166.3

En los tiempos antiguos era costumbre que el novio, antes de confirmar el pacto matrimonial, pagara al padre de su novia, según las circunstancias, cierta suma de dinero o su valor en otros efectos. Esto se consideraba como garantía del matrimonio. No les parecía seguro a los padres confiar la felicidad de sus hijas a hombres que no habían hecho provisión para mantener una familia. Si no eran bastante frugales y enérgicos para administrar sus negocios y adquirir ganado o tierras, se temía que su vida fuera inútil. Pero se hacían arreglos para probar a los que no tenían con que pagar la dote de la esposa. Se les permitía trabajar para el padre cuya hija amaban, durante un tiempo, que variaba según la dote requerida. Cuando el pretendiente era fiel en sus servicios, y se mostraba digno también en otros aspectos, recibía a la hija por esposa, y, generalmente, la dote que el padre había recibido se la daba a ella el día de la boda. Pero tanto en el caso de Raquel como en el de Lea, el egoísta Labán se quedó con la dote que debía haberles dado a ellas; y a eso se refirieron cuando dijeron antes de marcharse de Mesopotamia: “Nos vendió y hasta se ha comido del todo lo que recibió por nosotras”. Génesis 31:15. PP 167.1

Esta antigua costumbre, aunque muchas veces se prestaba al abuso, como en el caso de Labán, producía buenos resultados. Cuando se pedía al pretendiente que trabajara para conseguir a su esposa, se evitaba un casamiento precipitado, y se le permitía probar la profundidad de su amor y su capacidad para mantener a su familia. En nuestro tiempo, resultan muchos males de una conducta diferente. Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas tienen poca oportunidad de familiarizarse con sus mutuos temperamentos y costumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando unen sus intereses ante el altar, casi no se conocen. Muchos descubren demasiado tarde que no se adaptan el uno al otro, y el resultado de su unión es una vida miserable. Muchas veces sufren la esposa y los niños a causa de la indolencia, la incapacidad o las costumbres viciosas del marido y padre. Si, como lo permitía la antigua costumbre, se hubiera probado el carácter del pretendiente antes del casamiento, habrían podido evitarse muchas desgracias. PP 167.2

Jacob trabajó fielmente siete años por Raquel, y los años durante los cuales sirvió, “le parecieron como pocos días, porque la amaba”. Génesis 29:20. Pero el egoísta y codicioso Labán, deseoso de retener tan valioso ayudante, cometió un cruel engaño al sustituir a Lea en lugar de Raquel. El hecho de que Lea misma había participado del engaño hizo sentir a Jacob que no la podía amar. Su indignado reproche fue contestado por Labán con el ofrecimiento de que trabajara por Raquel otros siete años. Pero el padre insistió en que Lea no debía ser repudiada, puesto que esto deshonraría a la familia. De este modo se encontró Jacob en una situación sumamente penosa y difícil; por fin, decidió quedarse con Lea y casarse con Raquel. Fue siempre a Raquel a quien más amó; pero su predilección por ella provocó envidia y celos, y su vida se vio amargada por la rivalidad entre las dos hermanas. PP 168.1

Veinte años permaneció Jacob en Mesopotamia, trabajando al servicio de Labán quien, despreciando los vínculos de parentesco, estaba ansioso de apropiarse de todas las ventajas. Exigió catorce años de trabajo por sus dos hijas; y durante el resto del tiempo cambió diez veces el salario de Jacob. Con todo, el servicio de Jacob fue eficiente y fiel. Las palabras que le dijo a Labán, en su última conversación con él, describen vivamente la vigilancia incansable con que había cuidado los intereses de su exigente amo: “Estos veinte años he estado contigo; tus ovejas y tus cabras nunca abortaron, ni yo comí carnero de tus ovejas. Nunca te traje lo arrebatado por las fieras: yo pagaba el daño; lo hurtado, así de día como de noche, a mí me lo cobrabas. De día me consumía el calor y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos”. Génesis 31:38-40. PP 168.2

Era preciso que el pastor vigilara sus ganados de día y de noche. Estaban expuestos al peligro de ladrones, y de numerosas fieras, que con frecuencia hacían estragos en el ganado que no era fielmente cuidado. Jacob tenía muchos ayudantes para apacentar los numerosos rebaños de Labán; pero él mismo era responsable de todo. Durante una parte del año era preciso que él quedara personalmente a cargo del ganado, para evitar que en la estación seca los animales murieran de sed, y que en los meses de frío se helaran con las crudas escarchas nocturnas. Jacob era el pastor jefe, y los pastores que estaban a su servicio, eran sus ayudantes. Si faltaba una oveja, el pastor principal sufría la pérdida, y los servidores a quienes estaba confiada la vigilancia del ganado tenían que darle cuenta minuciosa, si este no se encontraba en estado lozano. PP 168.3

La vida de aplicación y cuidado del pastor, y su tierna compasión hacia las criaturas desvalidas confiadas a su cuidado, han servido a los escritores inspirados para ilustrar algunas de las verdades más preciosas del evangelio. Se compara a Cristo, en su relación con su pueblo, con un pastor. Después de la caída del hombre vio a sus ovejas condenadas a perecer en las sendas tenebrosas del pecado. Para salvar a estas descarriadas, dejó los honores y la gloria de la casa de su Padre. Dice: “Yo buscaré a la perdida y haré volver al redil a la descarriada, vendaré la perniquebrada y fortaleceré a la débil”. “Yo salvaré a mis ovejas y nunca más serán objeto de rapiña”; “ni las fieras del país las devorarán”. Se oye su voz que las llama a su redil: “Y habrá un resguardo de sombra contra el calor del día, y un refugio y escondedero contra la tempestad y el aguacero”. Su cuidado por el rebaño es incansable. Fortalece a las ovejas débiles, libra a las que padecen, reune los corderos en sus brazos, y los lleva en su seno. Sus ovejas lo aman. “Pero al extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Ezequiel 34:16, 22, 28; Isaías 4:6; Juan 10:5. PP 169.1

Cristo dice: “El buen pastor su vida da por las ovejas. Pero el asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”. Juan 10:11-14. PP 169.2

Cristo, el pastor principal, ha confiado el rebaño a sus ministros como subpastores; y los manda a tener el mismo interés que él manifestó, y que sientan la misma santa responsabilidad por el cargo que les ha confiado. Les ha mandado solemnemente ser fieles, apacentar el rebaño, fortalecer a los débiles, animar a los que desfallecen y protegerlos de los lobos rapaces. PP 169.3

Para salvar a sus ovejas, Cristo entregó su propia vida; y señala el amor que así demostró como ejemplo para sus pastores. “Pero el asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas”, no tiene verdadero interés por el rebaño. Trabaja solamente por la ganancia, y no cuida más que de sí mismo. Calcula su propia ventaja, en vez de atender los intereses de los que le han sido confiados; y en tiempos de peligro huye y abandona al rebaño. PP 169.4

El apóstol Pedro amonesta a los subpastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. Y Pablo dice: “Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre, porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”. 1 Pedro 5:2, 3; Hechos 20:28, 29. PP 170.1

Todos los que consideran como un deber desagradable el cuidado y las obligaciones que recaen sobre el fiel pastor, son reprendidos así por el apóstol: “No por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto”. El jefe de los pastores despediría de buena gana a todos estos siervos infieles. La iglesia de Cristo ha sido comprada con su sangre, y todo pastor debe darse cuenta de que las ovejas que están bajo su vigilancia han costado un sacrificio infinito. Debe considerar a cada una de ellas como un ser de valor inestimable, y debe ser incansable en sus esfuerzos por mantenerlas en un estado sano y próspero. El pastor lleno del Espíritu de Cristo imitará su ejemplo de abnegación, trabajando constantemente en favor de los que le fueran confiados, y el rebaño prosperará bajo su cuidado. PP 170.2

Todos tendrán que dar estricta cuenta de su ministerio. El Maestro preguntará a cada pastor: “¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey?” Jeremías 13:20. El que sea hallado fiel recibirá un rico galardón. “Y cuando apareciere el Príncipe de los pastores -dice el apóstol-, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”. 1 Pedro 5:4. PP 170.3

Cuando Jacob, cansado de servir a Labán, se propuso volver a Canaán, dijo a su suegro: “Déjame ir a mi lugar, a mi tierra. Dame a mis mujeres y mis hijos, por las cuales he servido contigo, y déjame ir; pues tú sabes los servicios que te he prestado”. Pero Labán lo instó para que se quedara, declarándole: “He experimentado que Jehová me ha bendecido por tu causa”. Veía que su hacienda aumentaba bajo la administración de su yerno. PP 170.4

Entonces dijo Jacob: “Poco tenías antes de mi venida, y ha crecido en gran número”. Pero a medida que el tiempo pasaba, Labán comenzó a envidiar la mayor prosperidad de Jacob, quien prosperó mucho, “y tuvo muchas ovejas, siervas y siervos, y camellos y asnos”. Génesis 30:25-27, 30, 43. PP 170.5

Los hijos de Labán participaban de los celos de su padre, y sus palabras maliciosas llegaron a oídos de Jacob: “Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre, y de lo que era de nuestro padre ha adquirido toda esta riqueza. Miraba también Jacob el semblante de Labán, y veía que no era para con él como había sido antes”. Véase Génesis 31. PP 171.1

Jacob habría dejado a su astuto pariente mucho antes, si no hubiera tenido el encuentro con Esaú. Ahora comprendió que estaba en peligro frente a los hijos de Labán, quienes, considerando suya la riqueza de Jacob, tratarían tal vez de obtenerla por la fuerza. Se encontraba en gran perplejidad y aflicción, sin saber qué camino tomar. Pero recordando la bondadosa promesa de Bet-el, llevó su problema ante Dios y buscó su consejo. En un sueño se contestó a su oración: “Vuélvete a la tierra de tus padres, a tu parentela; que yo estaré contigo”. PP 171.2

La ausencia de Labán le ofreció una oportunidad para marcharse. Jacob reunió rápidamente sus rebaños y manadas, y los envió adelante. Luego atravesó el Éufrates con sus esposas y niños y siervos, a fin de apresurar su marcha hacia Galaad, en la frontera de Canaán. Tres días después, Labán se enteró de su huida, y se puso en camino para perseguir la caravana, a la cual alcanzó el séptimo día de su viaje. Estaba lleno de ira y decidido a obligarlos a volver, lo que no dudaba que podría hacer, puesto que su compañía era más fuerte. Los fugitivos estaban realmente en gran peligro. PP 171.3

Si Labán no realizó su intención hostil, fue porque Dios mismo se interpuso en favor de su siervo. “Poder hay en mi mano para haceros daño; pero el Dios de tu padre me habló anoche diciendo: “Cuídate de no hablarle a Jacob descomedidamente””, es decir, que no debía inducirlo a volver, ni por la fuerza ni mediante palabras lisonjeras. PP 171.4

Labán había retenido la dote de sus hijas, y siempre había tratado a Jacob astuta y duramente; pero con característico disimulo le reprochó ahora su partida secreta, sin haberle dado como padre siquiera la oportunidad de hacer una fiesta de despedida, ni de decir adiós a sus hijas y a sus nietos. PP 171.5

En respuesta a esto, Jacob expuso lisa y llanamente la conducta egoísta y envidiosa de Labán, y lo declaró testigo de su propia fidelidad y rectitud. “Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y Terror de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías; pero Dios ha visto mi aflicción y el trabajo de mis manos, te reprendió anoche”. Génesis 31:42. PP 171.6

Labán no pudo negar los hechos mencionados, y propuso un pacto de paz. Jacob aceptó la propuesta, y en señal de amistad se construyó un monumento de piedras. A este lugar Labán lo llamó Mizpa, “majano del testimonio”, diciendo: “Vigile Jehová entre tú y yo cuando nos apartemos el uno del otro”. Génesis 31:49. PP 172.1

“Mira este montón de piedras y esta señal que he erigido entre tú y yo. Testigo sea este montón de piedras y testigo sea esta señal, que ni yo pasaré de este montón de piedras para ir contra ti ni tú pasarás de este montón ni de esta señal para ir contra mí, para nada malo. Que el Dios del padre de nuestros padres, el Dios de Abraham y el Dios de Nacor, juzgue entre nosotros. Jacob juró por aquel a quien temía Isaac, su padre”. Génesis 31:51-53. Para confirmar el pacto, celebraron un festín. Pasaron la noche en comunión amistosa; y al amanecer, Labán y sus compañeros se marcharon. Después de esta separación se pierde la huella de toda relación entre los hijos de Abraham y los habitantes de Mesopotamia. PP 172.2