La Educación Cristiana

3/201

El encierro prolongado en la escuela

El sistema educacional seguido en lo pasado durante generaciones, ha sido destructivo para la salud y hasta para la vida misma. Muchos niños han pasado cinco horas diarias en salones de clase sin ventilación adecuada ni espacio suficiente para la saludable acomodación de los alumnos. El aire de tales salones pronto se vuelve tóxico para los pulmones que lo inhalan. Niñitos de miembros y músculos endebles y cerebros no plenamente desarrollados, han estado encerrados en esas aulas con perjuicio para ellos. Muchos no tienen más que un débil asidero como punto de partida para la vida. El encierro diario en la escuela los convierte en nerviosos y enfermos. Sus cuerpos carecen de desarrollo debido al estado de agotamiento del sistema nervioso. Y si la lámpara de la existencia se apaga, los padres y maestros no piensan haber tenido participación directa en la extinción de la chispa vital. Al lado de las sepulturas de sus hijos, los atribulados padres consideran su aflicción como un acto de la Providencia, cuando, a causa de una ignorancia inexcusable, fué su propia conducta lo que destruyó la vida de sus hijos. Blasfeman al atribuir la muerte a un designio de la Providencia. Dios quería que los pequeñuelos viviesen y fuesen disciplinados, que pudieran poseer hermosos caracteres, le glorificasen en este mundo y le loaran en el mundo mejor. ECR 13.2

Los padres y maestros, al asumir la responsabilidad de enseñar a estos niños, no sienten el deber que tienen ante Dios de instruirse acerca del organismo humano, de modo que puedan tratar con acierto los cuerpos de sus hijos y alumnos para conservarles la vida y la salud. Miles de niños mueren a causa de la ingnorancia de padres y maestros. Madres hay que dedican horas de trabajo innecesario a sus propios vestidos y los de sus hijos, con fines de ostentación, y luego alegan que no disponen de tiempo para leer y obtener la información necesaria para el cuidado de la salud de sus hijos. Consideran menos molesto confiar sus organismos a los médicos. Para estar de acuerdo con la moda y las costumbres, muchos padres han sacrificado la salud y la vida de sus hijos. ECR 14.1

El conocimiento del maravilloso organismo humano: los huesos, los músculos, el estómago, el hígado, los intestinos, el corazón y los poros de la piel, y el comprender la mutua dependencia de los órganos entre sí para el saludable funcionamiento de todos, es un estudio en que las más de las madres no se interesan. Nada saben acerca de la influencia del cuerpo sobre la mente y de ésta sobre aquél. La mente, que es lo que une lo finito a lo infinito, es algo que ellas, al parecer, no comprenden. Cada órgano del cuerpo ha sido hecho para estar subordinado a la mente. Es ella la capital del cuerpo. A los niños se les permite generalmente consumir carne, especias, manteca, queso, carne de cerdo, pasteles y condimentos. Se les deja comer sin regularidad y entre las comidas alimentos malsanos. Estas cosas producen trastornos del estómago, activan la acción de los nervios en forma antinatural y debilitan el intelecto. Los padres no se dan cuenta de que están sembrando la semilla que producirá enfermedad y muerte. ECR 14.2

Muchos niños se han arruinado para toda la vida por forzar la inteligencia descuidando la vigorización de sus fuerzas físicas. Otros tantos han muerto en la infancia, debido al proceder falto de juicio de padres y maestros al forzar sus jóvenes inteligencias con adulaciones o amenazas cuando eran demasiado pequeños para estar encerrados en una escuela. Se les recargó la mente de lecciones cuando, en vez de hacerlos estudiar, se les debería haber dejado hasta que su constitución física fuese bastante fuerte como para resistir el trabajo mental. A los niñitos se les debiera dejar tan libres como los corderitos para correr al raso, ser libres y felices; y debiera proporcionárseles las oportunidades más favorables para poner los cimientos de una constitución sana. ECR 14.3

Los padres deberían ser los únicos maestros de sus hijos hasta que éstos hayan llegado a la edad de ocho o diez años. Tan pronto como sus inteligencias puedan comprenderlo, los padres deberían abrir ante ellos el gran libro divino de la naturaleza. La madre debería tener menos apego a lo artificial de su casa y a la confección de vestidos que ostentar, y hallar tiempo para cultivar, lo mismo en ella que en sus hijos, el amor por los hermosos pimpollos y las flores. Llamando la atención de sus hijitos a tanta diversidad de colores y variedad de formas, puede familiarizarlos con Dios, que creó todas las bellezas que los atraen y deleitan. Puede elevar sus inteligencias hasta su Creador y despertar en sus tiernos corazones el amor hacia su Padre celestial, que manifestó tan grande amor hacia ellos. Los padres pueden asociar a Dios con todas sus obras creadas. La sola aula de los niños desde los ocho a los diez años de edad debería ser el aire libre, entre el florecer de las plantas y el hermoso panorama de la naturaleza. Y los tesoros de la naturaleza deberían ser su único libro de texto. Estas lecciones, grabadas en las mentes de tiernos niños, entre las agradables y atrayentes escenas de la naturaleza, no serán olvidadas inmediatamente. ECR 15.1

Para tener salud, alegría, vivacidad y cerebro y músculos bien desarrrollados, los niños y jóvenes deberían permanecer mucho tiempo al aire libre y tener ocupaciones y distracciones debidamente sistematizadas. Los que están de continuo encerrados en la escuela y limitados a los libros, no pueden tener una sana constitución física. El ejercicio a que el cerebro está sometido por el estudio, sin un ejercicio físico correspondiente, tiende a atraer la sangre a ese órgano, y la circulación en el organismo queda desequilibrada. El cerebro recibe exceso de sangre y las extremidades demasiado poca. Debiera haber reglas que ajustasen los estudios a ciertas horas, dedicando luego una parte del tiempo al trabajo físico. Y si los hábitos del niño en el comer, vestir y dormir están en armonía con las leyes naturales, podrá educarse sin sacrificar la salud física y mental. ECR 15.2