Joyas de los Testimonios 1

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Un ejemplo de pureza

Los jóvenes pueden tener principios tan firmes que las más poderosas tentaciones de Satanás no podrán apartarlos de su fidelidad. Samuel era un niño rodeado de las influencias más corruptoras. Veía y oía cosas que afligían su alma. Los hijos de Elí, que ministraban en cargos sagrados, estaban dominados por Satanás. Esos hombres contaminaban la misma atmósfera circundante. Muchos hombres y mujeres se dejaban fascinar diariamente por el pecado y el mal; pero Samuel quedaba sin tacha. Las vestiduras de su carácter eran inmaculadas. No tenía la menor participación ni deleite en los pecados que llenaban todo Israel de terribles informes. Samuel amaba a Dios; mantenía su alma en tan íntima relación con el cielo, que se envió a un ángel para hablar con él acerca de los pecados de los hijos de Elí que estaban corrompiendo a Israel. 1JT 399.1

El apetito y la pasión avasallan a millares de los que profesan seguir a Cristo. Sus sentidos se embotan de tal manera por la familiaridad con el pecado que ya no lo aborrecen, sino que lo consideran atractivo. El fin de todas las cosas está cerca. Dios no tolerará mucho más tiempo los delitos y la degradante iniquidad de los hijos de los hombres. Sus crímenes han llegado en verdad a los mismos cielos, y pronto recibirán la retribución de las temibles plagas de Dios que caerán sobre la tierra. Beberán la copa de la ira de Dios, sin mezcla de misericordia. 1JT 399.2

He visto que existe el peligro de que aun los que profesan ser hijos de Dios se corrompan. La disolución está cautivando a los seres humanos. Parecen infatuados e incapaces de resistir y vencer sus apetitos y pasiones. En Dios hay poder; en él hay fuerza. Si tan sólo quieren pedirlo, el poder vivificante de Jesús estimulará a todos los que han aceptado el nombre de Cristo. Nos rodean peligros y riesgos, y estamos seguros únicamente cuando sentimos nuestra debilidad y nos asimos con la mano de la fe a nuestro poderoso Libertador. El tiempo en que vivimos es terrible. Ni un solo instante podemos dejar de velar y orar. Nuestras almas impotentes deben confiar en Jesús, nuestro compasivo Redentor. 1JT 399.3