Consejos sobre Mayordomía Cristiana

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Capítulo 33—La simpatía por los pobres

En vista de lo que el cielo está haciendo para salvar a los perdidos, ¿cómo pueden los que participan de las riquezas de la gracia de Cristo retirar su interés y su simpatía a sus semejantes? ¿Cómo pueden complacerse en el orgullo de jerarquía o clase social, y despreciar a los infortunados y los pobres? CMC 166.1

Sin embargo, es muy cierto que el orgullo de clase y la opresión de los pobres que prevalecen en el mundo, también existen entre los seguidores profesos de Cristo. En el caso de muchos, parecería que se han congelado los afectos que deberían manifestarse plenamente hacia la humanidad. Los hombres se apoderan de los dones confiados a ellos para que beneficien a otros. Los ricos abusan de los pobres y emplean los recursos así ganados para complacer su orgullo y su amor a la ostentación aun en la casa de Dios. Los pobres llegan a sentir que resulta demasiado costoso para ellos asistir a los servicios de adoración a Dios. Muchos piensan que sólo los ricos pueden dedicarse a la adoración pública de Dios en una forma adecuada como para causar una buena impresión en el mundo. Si no fuera porque el Señor manifestó su amor a los pobres y humildes que experimentan contrición de espíritu, este mundo sería un lugar muy triste para los pobres... CMC 166.2

El Redentor del mundo fue hijo de padres pobres, y cuando en su infancia fue presentado en el templo, su madre pudo llevar tan sólo la ofrenda establecida para los pobres: un par de tórtolas o dos palominos. El constituyó el don más precioso hecho por el cielo a nuestro mundo, un don que escapa a todo cálculo, y sin embargo se dio testimonio de él sólo mediante la ofrenda más pequeña. Nuestro Salvador, durante su estada en el mundo, compartió la suerte de los pobres y humildes. La abnegación y el sacrificio caracterizaron su vida. CMC 166.3

Todos los favores y las bendiciones de que disfrutamos proceden solamente de él; somos mayordomos de su gracia y de sus dones temporales; el talento más pequeño y el servicio más humilde pueden ofrecerse a Jesús como dones consagrados, y él los presentará al Padre con la fragancia de sus propios méritos. Si presentamos lo mejor que tenemos con toda sinceridad y con amor a Dios, con el anhelo ferviente de servir a Jesús, el don será aceptado plenamente. Cada uno puede hacerse tesoros en los cielos. Todos pueden ser “ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:18, 19. CMC 167.1