El Camino A Cristo

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Capítulo 6 - Fe Y Aceptación

AMEDIDA QUE tu conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo, has visto algo de la maldad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miras con aborrecimiento. Sientes que el pecado te ha separado de Dios y que estás bajo la servidumbre del poder del mal. Cuanto más luchas por escapar, tanto más comprendes tu impotencia. Tus motivos son impuros; tu corazón está sucio. Ves que tu vida ha estado colmada de egoísmo y pecado. Ansias ser perdonado, limpiado y libertado. ¿Qué puedes hacer para obtener la armonía con Dios y la semejanza a él? CC 49.1

Lo que necesitas es paz: el perdón, la paz y el amor del cielo en tu alma. No se los puede comprar con dinero, el intelecto no los puede obtener, la eru-dición no los puede alcanzar; nunca puedes esperar conseguirlos por tu propio esfuerzo. Pero Dios te los ofrece como un don, “sin dinero y sin precio”. 1 Son tuyos, con tal que extiendas la mano y los tomes. El Señor dice: “Si vuestros pecados fueren como la gra-na, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. 2 “Os daré un corazón nuevo y pondré un espí-ritu nuevo dentro de vosotros”. 3 CC 49.2

Has confesado tus pecados y los has quitado de tu corazón. Has resuelto entregarte a Dios. Ahora ve a él y pídele que te limpie de tus pecados y te dé un corazón nuevo. Luego cree que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que Jesús enseñó du-rante el tiempo que estuvo en la Tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en él tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados. Esto lo estableció claramente en la curación del paralítico: “Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al pa-ralítico): Levántate, toma tu cama y vete a tu casa”. 4 Así también Juan el evangelista, al hablar de los mi-lagros de Cristo, dice: “Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. 5 CC 49.3

Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sa-naba a los enfermos podemos aprender algo acerca de cómo creer en Cristo para el perdón de nuestros pecados. Veamos ahora el caso del paralítico de Betesda. Este pobre sufriente estaba imposibilitado; no había usado sus miembros por 38 años. Con todo, Jesús le ordenó: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (BJ). El paralítico podría haber dicho: “Señor, si me sanas primero, obedeceré tu palabra”. Pero no, creyó la palabra de Cristo, creyó que estaba sano e inmediatamente hizo el esfuerzo; deseó caminar, y caminó. Confió en la palabra de Cristo, y Dios le dio el poder. Así quedó completa-mente sano. CC 50.1

Así también tú eres un pecador. No puedes expiar tus pecados pasados; no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Pero Dios promete hacer todo eso por ti por medio de Cristo. Tú crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Tú deseas servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa -si crees que estás perdonado y limpiado-, Dios suple el hecho; estás sano, así como Cristo dio al paralítico el poder para caminar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si así lo crees. CC 51.1

No esperes sentir que estás sano, sino di: “Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido”. CC 51.2

Dice Jesús: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis”. 6 Hay una condición en esta promesa: que oremos de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiamos de pecado, hacemos hijos suyos y capa-citamos para vivir una vida santa. De modo que po-demos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y estar en pie delante de la ley sin vergüenza ni remor-dimiento. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. 7 CC 51.3

De aquí en adelante ya no eres tuyo; has sido com-prado por precio. “Sabiendo que fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”. 8 El Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en tu corazón gracias a este simple acto de creer en Dios. Eres como un niño nacido en la familia de Dios, y él te ama como ama a su Hijo. CC 52.1

Ahora bien, ya que te has consagrado a Jesús, no vuelvas atrás, no te separes de él, sino di todos los días: “Soy de Cristo; me he entregado a él”; y pídele que te dé su Espíritu y que te guarde por su gracia. Puesto que es consagrándote a Dios y creyendo en él como eres hecho su hijo, así también debes vivir en él. El apóstol dice: “De la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él”. 9 CC 52.2

Algunos parecen sentir que deben estar a prueba, que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder reclamar su bendición. Sin embargo, pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus debilidades, o no podrán resistir al mal. Jesús ama vemos ir a él tal como somos: pecadores, impotentes, dependientes. Podemos ir con todas nuestras debilidades, insensateces y maldades, y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrechamos en los brazos de su amor y vendar nuestras heridas para limpiarnos de toda impureza. CC 52.3

Aquí es donde miles se equivocan: no creen que Jesús los perdona personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es el privi-legio de todos los que cumplen con las condiciones conocer por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. Aleja la sospecha de que las promesas de Dios no son para ti. Son para todo transgresor arre-pentido. Gracias a Cristo se ha provisto fortaleza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente. No existe nadie tan malvado que no pueda encontrar fuerza, pureza y justicia en Jesús, quien murió por los pecadores. Él está esperándolos para cambiarles las vestimentas sucias y contaminadas con pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no morirán. CC 53.1

Dios no nos trata como los hombres finitos se tratan entre sí. Sus pensamientos son pensamientos de misericordia, amor y la más tierna compasión. Él dice: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar!” “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados”. 10 CC 53.2

“No quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertios, pues, y viviréis”. 11 Satanás está listo para robamos las benditas seguridades que Dios nos da. Desea quitamos toda vislumbre de esperanza y todo rayo de luz del alma; pero no debes permitirle que lo haga. No prestes oído al tentador, sino más bien di: “Jesús ha muerto para que yo pueda vivir. Me ama y no quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo; y aunque he abusado de su amor, aunque he disipado las bendiciones que me ha dado, me levantaré, e iré a mi Padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: haz que yo sea como uno de tus jornaleros’”. La parábola te dice cómo será recibido el extraviado: “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó”. 12 CC 53.3

Pero aun esta parábola, tan tierna y conmovedora, es apenas un reflejo de la infinita compasión de nuestro Padre celestial. El Señor declara por medio de su profeta: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia“. 13 Cuando el pecador permanece lejos de la casa de su Padre, desperdiciando sus bienes en un país extranjero, el corazón del Padre suspira por él; y cada anhelo pro-fundo de volver a Dios, despertado en el ser, no es sino la tierna invitación de su Espíritu, que insta, ruega y atrae al extraviado hacia el amorosísimo seno de su Padre. CC 54.1

Con tan preciosas promesas bíblicas delante de ti, ¿puedes dar lugar a la duda? ¿Puedes creer que cuando el pobre pecador anhela volver, deseoso de abandonar sus pecados, el Señor le impide decidi-damente que venga arrepentido a sus pies? ¡Fuera con tales pensamientos! Nada puede destruir más tu propia alma que tener tal concepto de nuestro Padre celestial. Él odia el pecado pero ama al pecador, y se dio a sí mismo, en la persona de Cristo, para que todos los que quieran puedan ser salvos y tengan bendiciones eternas en el reino de gloria. ¿Qué len-guaje más tierno o más fuerte podría haberse em-pleado que el elegido por él para expresar su amor hacia nosotros? Él declara: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti!” 14 CC 54.2

Alza la vista, tú que dudas y tiemblas; porque Jesús vive para interceder por nosotros. Agradece a Dios por el don de su Hijo amado, y ora porque no haya muerto en vano por ti. El Espíritu te invita hoy. Ve con todo tu corazón a Jesús y reclama sus bendiciones. CC 55.1

Cuando leas las promesas, recuerda que son la ex-presión de un amor y una piedad inefables. El gran corazón del Amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. “En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nues-tros pecados”. 15 Sí, tan sólo cree que Dios es tu ayuda-dor. Él desea restaurar su imagen moral en el hombre. Cuando te acerques a él con confesión y arrepenti-miento, él se acercará a ti con misericordia y perdón. CC 55.2